Oigo relinches de caballos, se oyen cerca, pero no alcanzo a verlos. Oigo a una niña reírse, lejos, apenas entiendo lo que dice. Me acerco, dejándome guiar por mi oído, por el camino más llano y despejado. Me quedo en la alambrada viendo una clase de equitación. Les admiro. Lo echo de menos. Me toco la pierna y pese a haber tan sólo una cicatriz aún siento el dolor. Quizás sea más en el corazón o en la cabeza. Valentía. Me falta valentía. Cobardía. Me ahogan los recuerdos. Un animal que se emplea para terapias, que es dócil. Salvaje. Pese a estar adiestrado o educado. Golpeo el suelo. Miedo. No me levanto. Creo que ya es hora de ponerme de pie, sacudir la arena de mis botas, abrocharme fuerte el casco y montar de nuevo. Estribos ajustados. Me tiemblan las manos. Cojo aire, respiro hondo y levanto la cabeza. Firme doy con mi bota derecha en la parte trasera. Comienzo a trotar. Firme, seco, frío. No disfruto. Doy algo más fuerte. Galopo. tensión, movimientos rígidos y sin sentimiento. Me dejo llevar y siento el viento en mi cara. Somos uno. Sonrío, río. Soy la niña que reía en la lejanía. No es un sueño. Aire puro invade mis pulmones. Recuerdos positivos mi mente. Seguridad en mi corazón. Yo puedo hacer lo que me proponga, tan sólo tengo que tomarme mi tiempo para coger fuerza y levantarme.
El Boalo, La Sierra de Madrid
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